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Rotulación de la «Calle Doctor José Francisco Rodríguez Siverio (Don José, El Médico)»

20 septiembre 2019

Gratuito

Día: viernes 20 de septiembre de 2019.

Hora: 19.00 horas.

Lugar: Actual callejón del Cementerio.

PROPUESTA DE ROTULACIÓN DEL AYUNTAMIENTO DE EL SAUZAL

SEMBLANZA BIOGRÁFICA DEL DOCTOR D. JOSÉ RODRÍGUEZ SIVERIO

(Por Teresa Rodríguez Hage. Historiadora y periodista)

Primera etapa. Nacimiento y años de estudio

Don José Francisco Rodríguez Siverio, médico titular de El Sauzal durante más de veinte años, nació en la ciudad de Remedios, provincia de Santa Clara (Cuba) el 29 de enero de 1929. Hijo de Arsenio Rodríguez y Rodríguez, nacido en Güímar en 1895, quien había emigrado, como tantos otros canarios, a la isla del Caribe a principios del siglo XX. En 1920 se casa con Isabel Siverio Alonso, hija a su vez de emigrantes tinerfeños. En 1934, los conflictos sociales y la inestabilidad política que se vivía en el país desde la revolución de 1933, obligan a su padre a plantearse el regreso a Canarias.  De este modo, la  joven pareja y los cuatro hijos habidos en el matrimonio hasta ese momento (más tarde nacerán otros dos en Tenerife) emprenden una larga e inolvidable travesía que permaneció en la memoria de nuestro biografiado toda su vida y evocaba con frecuencia, pasados los años, con visible melancolía. Tenia 5 años por aquel entonces y ocupaba el tercer lugar entre sus hermanos. Una vez en Tenerife, la familia se instala en La Matanza de Acentejo donde su padre es nombrado juez de paz del municipio. Don Arsenio no amasó una gran fortuna en Cuba y dedicó su vida al comercio local, de tal manera que el destino de su hijo José no habría sido la medicina si su privilegiada inteligencia y su innato talento no hubieran llamado la atención de su maestro, don Paulino Izquierdo, quien le aconsejó que orientara sus pasos al estudio de dicha ciencia. Rodríguez Siverio aludía a esta etapa de su vida en una entrevista  concedida en 1995 al historiador y abogado don Jerónimo González Yanes (Acta Médica, num. 13):

Pues…, cuando acabé el bachillerato don Paulino –que era un maestro amigo de la familia- me aconsejó que estudiara Medicina, dada mi predisposición para la ciencia y que, según él, destacaba entre los demás estudiantes. Yo no tenía muy claro porque también me gustaba Derecho, pero finalmente decidí hacerme médico. Para ello tuve que hacer muchos sacrificios; desde los puramente económicos, dada la época en que nos encontrábamos y las limitaciones familiares, hasta el tener que dedicarle muchas horas al estudio.

Realiza así el bachillerato en el Instituto Cabrera Pinto de La Laguna; por aquel entonces el único centro de segunda enseñanza de Canarias.  Muestra clara  de su mente prodigiosa y su excepcional capacidad para el aprendizaje, la proeza de realizar en tan solo cuatro años el antiguo bachillerato de siete cursos.  A la vez, una extraordinaria fuerza de voluntad le lleva a recorrer a pie de madrugada el trayecto de La Matanza a Tacoronte donde tomaba el primer tranvía hacia La Laguna. De regreso a casa, se consagraba al estudio en las duras condiciones de un ermitaño, a la luz de una vela o bajo la luz de la calle a la intemperie. Los vecinos más ancianos de su pueblo aún retienen en la memoria la imagen del impenitente muchacho con la vista fija en los libros bajo una farola en los crudos inviernos matanceros. Su amigo, el historiador y periodista don Manuel Perdomo Alfonso, rememora estos años escolares en el emotivo adiós que le escribe tras su fallecimiento (El Día, 1999):

Representó Siverio –como lo llamábamos sus amigos- una casta de titulados en Medicina en los nada fáciles años de finales de los cuarenta y arranque del siguiente decenio, en el distrito universitario de Sevilla (…), como en más de una ocasión demostró Rodríguez Siverio, humanista exacto e imprimiendo una calidad magistral a sus argumentaciones, ausentes de pedantería y sí de amena exposición. Lo había adquirido de forma natural puesto que desde niño guió su meta de estudiante esa categoría de entusiasmo y disciplina ejemplarizantes. Tal en el curso escolar del bachillerato que en lluviosas o frías madrugadas, le impone a Siverio cubrir a pie los kilómetros desde su domicilio en La Matanza de Acentejo hasta Tacoronte, en cuya estación terminal del tranvía tomaba el primero, el de las seis de la mañana…

Al finalizar la Segunda Enseñanza, encamina pues sus pasos al estudio de la Medicina. Así lo relata el historiador González Yanes en la entrevista citada más arriba: “…con apenas cinco años retornó a Tenerife donde realiza sus primeros estudios y aquel largo bachillerato de siete cursos que hace en cuatro años. Luego vendrá la etapa sevillana donde realiza la licenciatura en Medicina y Cirugía”. De este modo, un joven y entusiasta muchacho de escasos recursos económicos emprende el viaje a la capital andaluza donde, al poco de llegar, logra captar la atención de todos sus compañeros: “Recuerdo que llegué a Sevilla cuando empezaba el segundo trimestre y unas semanas más tarde tuve que hacer el primer examen de Anatomía, obteniendo un sobresaliente”. (Perfiles de médicos célebres. Aportes a la sociedad tinerfeña, 1999).

En la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla,  Rodríguez Siverio fue el estudiante más aventajado de su promoción. Sus compañeros de facultad destacan de su carácter, su sencillez, su simpatía, su generosidad y su insaciable curiosidad intelectual. Naturalmente, su brillante inteligencia quedó reflejada no sólo en un expediente académico plagado de sobresalientes y matrículas de honor sino también en los premios extraordinarios que cosechó en sus años universitarios, entre ellos el de Química Médica, que le otorgó el prestigioso catedrático sevillano don Francisco García González (primo del célebre poeta Federico García Lorca), quien no concedía tal distinción desde hacía diecisiete años.

A los pocos años se convierte en internista como refiere en la entrevista a González Yanes que venimos citando: “A partir del tercer curso fui alumno interno por oposición en Medicina Interna y ganaba 200 pesetas al mes con las que –entre otras cosas– compré gran parte de la biblioteca que aún poseo”. Efectivamente, además de su profesión y de su familia, la otra gran pasión de su vida fue la lectura y a lo largo de los años fue adquiriendo una valiosísima y selecta colección compuesta principalmente de obras de autores clásicos y contemporáneos de la Literatura Universal, de Historia (especialmente de Cuba y de Canarias) y de Medicina. Una magnífica biblioteca que hoy conservan algunos de sus hijos.

Obtenido honoríficamente el título de Licenciado en Medicina y Cirugía, retorna a Tenerife en los primeros años cincuenta y dedica su vida a la medicina rural.

Hay que recordar, por otra parte, como dato adicional, que fue también alférez de complemento de infantería de las IPS (Instrucción Premilitar Superior o Milicia universitaria, modalidad en que prestaban el servicio militar obligatorio los estudiantes o titulados universitarios en aquellos años).

 

Primeros años de ejercicio de la profesión

Tras finalizar la carrera, obtiene su primera plaza de médico en el municipio de Güímar. Allí comienza su andadura profesional y conoce a la que sería su esposa, doña Paulina Hage Made, con quien contrae matrimonio el 20 de julio de 1957. El matrimonio se instala después en Fasnia, su segundo destino y donde nacen sus siete hijos. De esta localidad del sur de la isla, como de otras en las que trabajó los primeros años, guardaba entrañables recuerdos y conservó grandes amistades a lo largo de su vida.

Don José era un espléndido conversador y siempre tenía a mano alguna historia que contar a familiares y amigos, con su característico sentido del humor; vivencias de los primeros años de profesión por las que sentía no poca nostalgia. Entrañables y simpáticas anécdotas como las pintorescas visitas a lomos de un burro a los pacientes que habitaban en zonas inaccesibles o experiencias más inquietantes como la tormentosa noche en que se dirigía a visitar a un enfermo de urgencia y se topó con un aquelarre de brujas en los montes de Fasnia.

Precisamente de esta etapa en el municipio sureño data la entrevista que le hizo el historiador español don Ángel María de Lera para su obra Por los caminos de la medicina rural (1966). Recogemos algunos fragmentos en los que se percibe la personalidad del biografiado y se observan las duras condiciones en que se practicaba la medicina rural en aquella época. En este breve encuentro entre doctor e historiador, una tarde de sábado de 1965, van emergiendo rasgos propios del temperamento de aquel médico de vocación y alma inquieta, hombre culto, cordial y simpático pero, sobre todo, comprometido incondicionalmente con su profesión:

El médico, don José Francisco Rodríguez Siverio, se disponía a salir, junto con su esposa y sus hijos, para pasar la tarde en La Matanza, donde viven sus padres, pero al conocer nuestra identidad aplaza el viaje y  nos saluda a grandes voces que demuestran el contento y la satisfacción que le provoca nuestra visita. (…). 

Nos introduce en su despacho en el que, a primer golpe de vista, descubro una librería repleta de volúmenes de los mejores autores de la literatura universal, y nos hace sentarnos frente a él. Enseguida también nos envuelve en el torrente de sus palabras. No esperaba nuestra visita, nuestros trabajos sobre los médicos rurales los sigue y lee con apasionamiento (…). Advierto rápidamente que tiene intención de decirnos muchas cosas, pero es tal su manera vehemente de expresarse que le sugiero empezar por el principio y poner un mínimo de orden en la charla. Ríe gozosamente. Tomo nota en primer lugar de su edad: treinta y seis años. Nació en Cuba, donde aún residen muchos familiares. Está casado y tiene siete hijos, el mayor de los cuales debe andar por los diez años de edad. Estudió la carrera en Sevilla.

Quiero que me hable del pueblo, de Fasnia, y acto seguido describe sus principales características.

-Fasnia tiene 3.000 habitantes, poco más o menos. Es pobre económicamente. Sus ingresos o riqueza se basan en la agricultura. Esta es tierra de minifundio y de emigración (…). Cuando yo llegué aquí me encontré un panorama desolador. 

Y prosigue lamentándose del intrusismo profesional, las delictivas prácticas de abortos por gentes sin escrúpulos, los estragos causados por la injerencia de brujas , echadores de cartas, adivinos y curanderos a los que el médico tiene que enfrentarse día sí y día no. Una dura batalla contra la incultura, la superstición y el atraso en que se vivía en aquellos años en muchos lugares de nuestro país.

Al mismo tiempo,  la condición de hombre justo que siempre le distinguió se puede advertir en su preocupación por la mejora de las condiciones sanitarias de sus pacientes y su enérgica protesta (que pide que se haga pública) a la práctica frecuente de muchos empresarios de despojar  a sus trabajadores del derecho al seguro de enfermedad obligatorio:

Quiero que haga constar algunas anomalías que tengo que contarle (…) Verá, por lo menos aquí, las empresas –algunas, no todas, gracias a Dios- no suelen proceder con mucho escrúpulo en esto de asegurar a sus obreros. Unas veces no aseguran más que a los que tienen familia numerosa o a los que, por su edad  y estado de salud, se presume que han de necesitar cualquier día asistencia médica. A los demás, también los afilian de entrada, pero luego les dan de baja sin ellos advertirlo. Pues ya puede hacerse una idea de lo que pasa cuando uno de estos últimos cae enfermo… Sorpresa, discusiones, acaloramientos… Claro, ellos poseen aún la cartilla y la presentan… Uno tiene en su poder la baja… Total, que el médico es el que sale perdiendo pues tiene que cargar con el mochuelo a costa de su conciencia profesional. ¡Quiero que lo diga así, sin rodeos! –repite enérgicamente-. Creo que el mejor modo de ayudar a la verdad es descubriendo las imposturas, las falacias y los fraudes donde quiera que se escondan. (…).

Tras interpelarle sobre su salario oficial, el entrevistador muestra interés en conocer la remuneración que percibe por la consulta privada. Nuevamente reconocemos el nivel de comprensión y generosidad del médico al aceptar con simpatía los productos caseros que le ofrecen, en pago por sus servicios, los vecinos del pueblo:

-Pero si no cobro casi ninguna… La mayoría de ellas me las pagan con un cesto de uvas, con un pollo, etc. Ya sé que los tengo acostumbrados muy mal, pero lo cierto es que ya no me pagan…

-Pero usted tiene bien a la vista –argüimos- la nota con los precios o tarifas de los actos médicos establecidas por el Colegio.

-Sí, claro que sí. Pero, ¿de qué vale? Nadie hace caso de ella. En este, como pasa en todos los pueblos, el que no es amigo del médico tiene parentesco o amistad con el que lo es. Y, claro, el médico no tiene alma de cobrador de contribuciones. ¡Ay, si yo tuviera siquiera alma de cobrador..! Puede que ya fuera rico.

Ambos reímos después de esta explosión de buen humor. (…)

Se nos ocurre repentinamente elogiar la planta del Centro Rural de Higiene y se echa a reír de nuevo estruendosamente.

-Sí, eso es lo único que tiene: planta. Por lo demás, ni agua ni luz…

Han ido apareciendo la esposa y los chiquillos. Les estoy estropeando la tarde, no hay duda. Claro que don José se ha olvidado de la proyectada excursión y estaría dispuesto a continuar el “mano a mano” hasta la anochecida.

Después de permanecer en Fasnia unos años, su siguiente puesto como médico de cabecera es La Orotava y en los primeros años setenta le encontramos en El Paso (La Palma) donde, como dato anecdótico, podemos reseñar que acudió resuelto a prestar ayuda en la erupción del volcán de Teneguía (1971).  Años más tarde vuelve a Tenerife, esta vez su destino es un lindo y blanco pueblecito costero de la Isla Baja, San Juan de la Rambla, donde permanece hasta que obtiene su plaza definitiva como médico titular en El Sauzal, allí trabaja hasta su jubilación en 1996.

Siempre ejerció la medicina rural, estaba convencido de que era en este campo donde la figura del médico cobraba su auténtico sentido. Es verdad  que la vida en pueblos aislados, con pacientes que a veces vivían en zonas perdidas e inaccesibles, exigía el sacrificio de una constante lucha contra el entorno, la superstición, el atraso o el abandono pero tenía para él la compensación de que compartía su vida con gentes sencillas y humildes que era lo que más apreciaba pues nunca le deslumbró la ostentación ni se sentía atraído por otros reconocimientos que no fueran la gratitud de sus pacientes y el cariño de sus allegados. Y a su lado, día a día, infatigable y fiel, su esposa, doña Paulina, que hacía las veces de secretaria al tiempo que se ocupaba de la crianza de sus hijos. Juntos compartieron muchas alegrías y tristezas a lo largo de su vida, recuerdos imborrables que rescataban del olvido en  largas y nostálgicas veladas junto a su familia y amigos.

 

El Sauzal

En este bonito municipio del norte de la isla obtiene su plaza definitiva y trabaja más de veinte años de los casi cincuenta de profesión. A su llegada aún no se había construido el reglamentario Centro de Higiene Rural, por lo que adquiere una casa en la carretera general que sería en adelante el hogar familiar. Pasa consulta tanto en el núcleo de la población como en la zona periférica de Ravelo, donde instaló un despacho para que sus pacientes no tuvieran que bajar en guagua al centro. En 1978 se construye el centro médico en la localidad y se traslada allí con toda su familia donde reside hasta su jubilación.

Cuando llega a El Sauzal tiene 47 años y le acompaña ya una merecida fama de eminencia médica. Incontables casos de enfermedades graves detectadas a tiempo, lo que alarga la vida o impide el fallecimiento prematuro de muchos de sus pacientes. Salvó muchas vidas, poseía lo que se llama un “ojo clínico” para descubrir enfermedades que se ocultaban a la vista de médicos menos perspicaces. Uno de sus colegas de profesión, don Julio Raya, que trabajó con él como enfermero en esta etapa sauzalera, recuerda el caso de un paciente al que el médico diagnosticó una dolencia de vesícula y envió al hospital, de donde le devolvían a su casa contradiciendo su prescripción. Don José, seguro de su dictamen, lo volvía a enviar al hospital y así todo el día, ida y vuelta del enfermo hasta que le hicieron las pruebas pertinentes en el centro hospitalario y confirmaron el diagnóstico de su médico de cabecera. Casos como éste abundaron a lo largo de su trayectoria profesional, numerosísimos y aún más graves, como el del  vecino que se desmayó delante de él en la calle, supo al instante que se trataba de un infarto, entró en la farmacia, pidió una pastilla de cafinitrina (medicamento para prevenir el infarto), se la puso bajo la lengua y lo envió rápidamente al hospital donde le dijeron: “Su médico le acaba de salvar la vida”. Cuando el paciente le dijo quién era, el facultativo no se sorprendió, estaba acostumbrado a que le llegaran enfermos de urgencia como éste perfectamente diagnosticados y con la vida ya puesta a salvo por el médico de El Sauzal.

Asiduamente hubo en su casa visitas de gentes que venían de todos los lugares a agradecerle el haberles restablecido de esta o aquella dolencia, el haberles salvado la vida a ellos o a algún familiar; casos de pacientes que acudían a él, después de haber recorrido las consultas de mil especialistas que no adivinaban lo que padecían, y los diagnosticaba a primera vista, trató incluso enfermedades mentales, casos que darían para escribir un libro… Poseía un agudo y certero instinto, era un auténtico visionario, en palabras de muchos de sus colegas de profesión, un sabio de la medicina.

Como había hecho en otros lugares, en El Sauzal también se deja la vida por mejorar las condiciones sanitarias del municipio. Recuerda don Julio Raya, quien formó equipo con él durante diez años, cómo, en su empeño por emprender una urgente e ineludible labor sanitaria,  fueron los impulsores de la “Primera Campaña de Vacunación”  en la zona, sirviéndose para ello de su propio coche y un altavoz con el que iban por todos los barrios del pueblo. Despliegan una actividad nunca vista en el lugar: visitan escuelas y colegios, zonas humildes y alejadas del centro, atienden a pacientes de enfermedades inusuales como la lepra, recorren toda la comarca para mejorar las condiciones de salud e higiene allí donde hiciera falta. En definitiva, con los escasos recursos que tenía a mano, el médico y su colaborador consiguen traer el desarrollo sanitario a un pueblo que en aquellos años no disponía de los medios ni de los adelantos técnicos de los que hoy disfruta.

El primer enfermero  que trabajó con él en este municipio norteño fue don Ángel Izquierdo Cabrera, fallecido trágicamente en el Incendio de La Gomera de 1984. Le acompaña después, durante un breve período de tiempo, don Jerónimo González Yanes. Más tarde, don Julio Raya, de 1978 a 1988 y finalmente, don Paco Bustos hasta la jubilación de don José. Todos ellos trabajaron bajo la supervisión del estimado facultativo que facilitaba su labor y más que un superior, era un amigo. Con su carácter abierto  y franco se ganaba de inmediato la lealtad de sus colaboradores  que siempre mantuvieron una estrecha relación con él y le recuerdan con gran cariño y simpatía. Don Jerónimo González se enorgullece de haber mantenido una excelente amistad con él toda la vida, como nos ha confesado recientemente en una entrevista; lo mismo que don Julio Raya y otros profesionales que tuvieron la suerte de trabajar con él. Era un médico muy querido, no sólo por sus compañeros de profesión, sino  también por  sus pacientes que destacaban su gran profesionalidad y su calidad humana. Fue, asimismo, un maestro excepcional para médicos jóvenes que hicieron sustituciones o prácticas con él y a quienes aconsejaba e instruía. Muchos de ellos recuerdan las importantes habilidades clínicas que adquirieron a su lado y destacan su altruismo al compartir con ellos su experiencia y conocimientos profesionales. Destacan también su cualidad de narrador de historias y que poseía una extraordinaria cultura, desprovista de pedantería, que surgía  natural en cualquier conversación.

Cuando llegó a El Sauzal era alcalde don Aproniano Palenzuela, le siguió don José Arbelo y desde 1979, don Paulino Rivero, que capitaneaba el ayuntamiento cuando don José falleció en 1999.

Ya la diabetes que padecía había empezado a debilitar su salud años atrás. Sin embargo, ninguno de sus problemas afectó a la excelente asistencia que daba a sus pacientes. Le preocupaba, sobre todo, la calidad de vida de los ancianos y siempre decía que tenía mantenidos “a los viejitos” del pueblo, por los que luchó con afán para mejorar su última etapa de vida.

En su trayectoria profesional tuvo cabida también una faceta científica. Lo cierto es que nunca dejó de renovarse y actualizar sus estudios. Estaba al día en avances y descubrimientos médicos, a través de revistas científicas a las que estaba suscrito o de los libros que adquiría. Tenía tiempo para trabajar, investigar, leer y su estimulante espíritu le llevó incluso a obtener una nueva especialidad, de tal manera que consiguió el título de Pediatría durante su etapa de médico en El Sauzal. Algunos de sus hijos le recuerdan estudiando en el despacho cuando acababa la consulta diaria. Tampoco abandonó nunca su la labor investigadora y muchos de sus amigos y compañeros afirman que si se hubiera entregado de lleno a la investigación habría llegado a ser un gran científico. Pero él prefirió el ejercicio de la medicina rural y siempre defendió que era en este medio donde se adquirían mejores conocimientos pues se estaba en contacto directo y cercano al enfermo. Ejerció también como pediatra y acudían a su consulta madres de toda la zona, pues destacó asimismo como excelente especialista de niños.

Ejerció la medicina en los años en los que no existían centros de salud (se empezaron a crear al final de su trayectoria), por lo que se podía decir que trabajaba las 24 horas al día, los siete días de la semana. Siempre atendió a los pacientes que se presentaban en su casa a cualquier hora del día o de la noche e iba a los lugares más alejados si cualquiera de ellos lo requería. Perdomo Alfonso destacaba su incondicional dedicación a la profesión:

Hace muy pocas semanas del fallecimiento de José Francisco Rodríguez Siverio, médico excelente, buen amigo de todos y a quien una enfermedad pertinaz le privó en estos últimos años del ejercicio profesional directo, dicho esto para recordar que aún desde el lecho o forzado asiento, jamás negó a nadie el siempre acertado dictamen y tratamiento facultativos. Fue un médico que dedicó las veinticuatro horas diarias en la misión de curar y que ahora se ha cerrado a los 70 años de edad.

Fue un hombre sencillo que nunca gustó de lujos, pocas veces se iba de vacaciones, su felicidad era una buena lectura y llevar una vida retirada y austera junto a su familia. Poseía una curiosidad intelectual ilimitada y su fama de eminencia médica se extendió por todas partes. Estando ya jubilado, acudían a consultarle pacientes de todos los rincones de las islas, sobre todo, de los lugares donde había trabajado como Fasnia, Güímar o El Paso. Había muchos enfermos que sólo querían ser atendidos por él y tenían una confianza absoluta en su diagnóstico siempre acertado. Perdomo Alfonso recuerda: “nunca le deslumbró instalar consulta en grandes poblaciones y lo mismo en Fasnia que en San Juan de la Rambla, en El Paso o en Los Llanos de Aridane, hoy su nombre es homenaje emotivo de honda sinceridad”. Don José era uno de esos médicos que hoy denominamos “de los de antes”, médicos que no necesitaban grandes adelantos técnicos para descubrir los padecimientos de sus enfermos. Sus hijos recuerdan con orgullo cómo todavía hoy se les acerca mucha gente y les muestran una admirable veneración por su padre: “Le salvó la vida a mi abuelo porque le detectó un cáncer a tiempo” , “le curó el asma a mi madre”, “Mi abuela no quería otro médico que él”, “salvó a mi hijo de una meningitis”, etc.  Su talento profesional y su bondad las evoca nuevamente González Yanes:

Conocido como un excelente médico generalista y mejor persona, en casi toda la isla de Tenerife y en alguna otra periférica; pues en su dilatada trayectoria como médico titular (APD) recorrió muchas localidades insulares: Güímar, Fasnia, (donde nacieron sus siete hijos, puntualiza), La Orotava, El Paso, San Juan de la Rambla, El Sauzal,… han sido testigos de su quehacer médico: “donde sólo teníamos un fonendoscopio y un bolígrafo, no como ahora que tienen bastantes medios y está totalmente mecanizada. A pesar de todo, antes éramos más clínicos”, indica.

En su última etapa, antes de la jubilación, se crearon los centros de salud en la isla y tuvo que hacer numerosas guardias en el de Tacoronte, donde también le recuerdan con afecto sus compañeros de trabajo y del que aprendieron mucho los médicos más jóvenes que sentían por él auténtica devoción. Preguntado acerca de la profesión en los años noventa, da una contundente y clara respuesta a González Yanes:

El gran cambio de la Medicina no sólo obedece a los médicos sino, también, al cambio de la sociedad. Antes, la sociedad tenía una confianza absoluta en el médico y él ponía un interés profundo en esto. Ahora todo ha cambiado, no existe la ética ni la moral de aquellos tiempos. También, la Universidad ha cambiado, había unos hombres muy preparados y no estaba politizada esta institución. En la actualidad tengo entendido que esto es muy diferente. Esto no quiere decir que no exista gente preparada, pero las cosas son distintas.

Don José era un hombre bueno y querido por todos, que luchó siempre por la calidad de vida de sus pacientes, era un hombre íntegro, de gran altura moral e intelectual, a la vez sencillo y muy cercano. En su anecdotario se encuentran muchas vivencias, unas alegres, otras trágicas como aquélla en que,  viviendo aún  en su casa de la carretera general, demostró su valentía, su sentido de la responsabilidad y su devoto servicio a los pacientes cuando una noche fue requerido a gritos desde la calle por el hijo de una vecina que acababa de ser acuchillada por su pareja. Don José corrió sin pensarlo en ayuda del muchacho que gritaba desde la calle: “Doctor, doctor, han matado a mi madre, han matado a mi madre”… y fue a atender a su madre ansiando que siguiera con vida y poniendo en peligro su propia seguridad ya que el homicida seguía en la casa. Sin protección alguna corrió al lugar donde se hallaba la víctima deseando salvarla pero lamentablemente ya había fallecido. Innumerables anécdotas que, como ya hemos dicho, darían para un libro.

Su otro gran amor fue Cuba, la isla donde nació y a la que nunca pudo volver. Primero porque la situación política no lo permitía y más tarde porque la enfermedad se lo impidió. Perdomo Alfonso de nuevo rescata su memoria:

Otra fundamentalidad de Rodríguez Siverio, fiel reflejo de su cultivada inteligencia, crítica y constantemente imperativo para la selección de autores contemporáneos en distintos géneros literarios. Nos consta que era distinguido entre los actuales facultativos que ganan el tiempo en tan nobilísimo afán. (…). Superado también ese trance [se refiere a la pérdida de facultad visual], por  largas, sustanciosas charlas con familiares y amistades… De la obra que últimamente leyó –una extensa biografía de Fidel Castro-, mostró José Francisco Rodríguez Siverio su otro cimiento vital: Cuba. Por residencia igual que raíces familiares, la más grande nación insular del Caribe, estaba presente en sus cotidianos comentarios sin superficialidades impropias de un amor que, en igual sintonía afectiva, compartió con Tenerife.

 

Última etapa

Los últimos años de vida y antes de que la diabetes mermara por completo su salud, los consagró a su familia, a seguir leyendo cuanto caía en sus manos y a las charlas con amigos en las que su recuerdos y vivencias parecían cobrar vida ante sus embelesados oyentes. Lamentablemente, en sus últimos años pasó también muchas horas y días hospitalizado debido a una grave enfermedad renal que le obligó a jubilarse anticipadamente y por cuya causa hubo de someterse a largas sesiones de diálisis. Como paciente, también es recordado con gran aprecio por el equipo de médicos y enfermeras del departamento de Nefrología del Hospital de la Candelaria, pero, sobre todo, por sus compañeros de convalecencia a quienes entretenía contando historias las tediosas horas que duraba el tratamiento. Su conversación amena y plagada de buen humor hacía que aquellas largas horas en la sala de diálisis, ellos se pudieran olvidar un poco de la enfermedad mortal que les arrebataba el tiempo. Don José se resignó con entereza a su padecimiento, sin queja alguna con la fortaleza de los hombres buenos. Llevó su enfermedad de una manera ejemplar y cuantos reveses le puso la vida los venció con firmeza y con su innata bondad, tendiendo a todos su mano y dando su vida por los demás, especialmente por sus hijos. A cuantos pudo alivió el sufrimiento y todo lo que estaba en sus manos para ayudar a familiares, amigos o pacientes lo hizo siempre gustosamente llevado por su natural filantropía. En 1995 le fue reconocida su labor como médico con el título de Colegiado Honorífico concedido por El Colegio Oficial de Médicos de España.

Don José falleció el 10 de marzo de 1999, a los 70 años de edad. Perdomo Alfonso despide al amigo con elogiosas y bellas palabras:

Un gran médico que recordaremos con gratitud y también al buen padre, al generoso amigo cuyo tránsito humano será imposible desterrar de la cumplida memoria común.

 

Bibliografía:

  • DE LERA, Ángel María (1966). Por los caminos de la medicina rural. Salamanca: Tribuna Médica. Con prólogo del doctor don Francisco García Miranda, presidente del Colegio de Médicos de Madrid.
  • GONZÁLEZ YANES, Jerónimo (1999). Perfiles de médicos celebres: Aportes a la sociedad tinerfeña. Tenerife: Logopress.
  • GONZÁLEZ YANES, Jerónimo (1995). “Don José Siverio: médico y humanista”, en Acta Médica,  num. 13.
  • PERDOMO ALFONSO, Manuel (1999).  “En la muerte del Doctor Rodríguez Siverio”, Tenerife, El Día, 21 de abril de 1999.
  • RODRÍGUEZ DELGADO, Octavio. “Antiguas familias de Agache (Güímar): contribución al estudio genealógico de los Duque del sur de Tenerife”, en Historia y personajes del sur de Tenerife. El blog de Octavio Rodríguez Delgado, 17 de marzo de 2015.

Detalles

Fecha:
20 septiembre 2019
Precio:
Gratuito

Organizador

Ayuntamiento de El Sauzal